Devolvednos los museos y esto es lo que haremos con ellos
Desde que estalló la semana pasada el #casoMACBA en el mundo del arte y de la cultura se han sucedido todo tipo de reacciones que han ido desde la noticia noticiosa hasta la pataleta y la reflexión, reacciones casi todas ellas surgidas desde las mismas entrañas donde se está jugando esta partida: las del museo neoliberal. Para muchos de nosotros la lucha de egos e intereses que ocurra en una institución no nos preocupa más allá del dinero nuestro que se está dilapidando y de todas aquellas cosas que podrían hacerse con este dinero y no se hacen. Patronato, director, comisarios. Todos ellos son actores de una misma pantomima, todos ellos diques de una misma presa, una muestra más de la estructura de trincheras que la sociedad civil tiene para proteger el poder, dicho en Gramsci style. No ha sido censura, ha sido más de lo mismo. Ha sido lo que tenía que ser en una sociedad donde los museos están raptados.
Y en estas estamos cuando llegan por fin las propuestas constructivas lanzadas al margen de la algarabía de la vieja política cultural. El viernes Javier Rodrigo publicaba un repaso de casos prácticos ya probados sobre nodos culturales organizados cooperativamente. Ahora presentamos este artículo, una versión adaptada de la ponencia que Jordi Sans pronunció en el congreso Art Matters del pasado 11 de diciembre de 2014 en la Universidad de Barcelona, donde el autor nos regala una instantánea de cómo podría ser un museo común. Un texto que añade un eslabón esencial no tanto para que nos demos cuenta de que sí se puede, pero no quieren, sino para que nos demos cuenta de que se puede, por ejemplo, así.
Devolvednos los museos y esto es lo que haremos con ellos
Lugares de articulación urbanística, polos de atracción turística, centros comerciales de souvenirsartie, espacios de adoctrinamiento, plataformas publicitarias. Frente a las actuales derivas del museo tradicional y sus intentos de prorrogar su existencia mediante adaptaciones de poco calado (como la presencia en las redes sociales, las modificaciones en la presentación de las obras o los contenidos más comerciales) es hora de abordar una redefinición alternativa de los museos que permita superar esta dinámica de parches. Antes de que la tan manida muerte de los museos sea una realidad, cabe la posibilidad de pensar que otro museo es posible, un museo que se deba a la comunidad de la que forma parte. Presentamos a continuación una serie de propuestas encaminadas a concretar la construcción del museo común.
#1 Abrir las puertas, mostrar las entrañas
La arquitectura se ha ido configurando como un elemento fundamental de la institución museística hasta llegar a convertirse en algunos casos en el argumento originario que ha dado pie a su existencia, como es el caso del MACBA y, en general, de todos los museos franquicia. El interés mostrado por el continente pone en evidencia la no neutralidad de la arquitectura en los museos y su importante función colonizadora cultural, tanto respecto al urbanismo en el que se inserta como a las dinámicas y estructuras interiores que plantea. Así, la distribución interior de los museos fomenta la división de la comunidad que participa del museo y convierte una parte de esta comunidad en visitante, en público ensimismado, y otra parte de esta comunidad, la de los trabajadores, en seres inexistentes, puesto que la mayor parte de los trabajos que llevan a cabo (restauración, documentación, mantenimiento, etc. ) son invisibilizados. La primera propuesta que debería replantearse el museo común es la arquitectura en la que se inserta la institución: modificar, por ejemplo, las distribuciones que generan jerarquías e invisibilizaciones, replantear los usos de los espacios para que estuvieran dirigidos a la participación y el uso y no al consumo, reflexionar sobre qué sentido y con qué fin se establecen los recorridos por las salas, o repensar la presencia o no de taquillas y su ubicación.
#2 Hackear la exposición permanente
El principal elemento con el que habitualmente nos relacionamos con los museos es la exposición, ya sea temporal o permanente. El formato expositivo, con las obras, los textos de sala, la iluminación o el recorrido, forma una maquinaria de consumo de arte con un nivel de consolidación tal que ha pasado a formar parte de la definición más habitual e intuitiva de museo: a estas alturas, la identificación entre museo y exposición es casi absoluta y resulta inconcebible un museo sin una exposición permanente de parte del fondo de su colección. La imposición de un solo relato permanente, sin embargo, resulta ciertamente incómoda si pensamos en el museo como un espacio común donde el discurso subyacente a la exposición permanente del fondo no debería obedecer a una única voz —la de la academia, la del gobierno de turno, la de la dirección de la institución, la de la ortodoxia— sino que debería ser por lo menos tan diverso y complejo como el de la comunidad a la que pertenece. En el museo común, cualquier cosa debería poder suceder pero ninguna imponerse ni permanecer.
No vamos a proponer aquí eliminar la exposición permanente de los museos, ya que esto sería un salto demasiado abismal teniendo en cuenta nuestra forma actual de entender los museos. Pero sí proponemos, como diría Antonio Lafuente, hackearla. Convertir la exposición permanente en un espacio que invite a la intervención, a la duda y a la crítica. ¿Y cómo hacerlo? Mencionamos aquí, a modo de ejemplo, dos propuestas que podrían ser muchas más. La primera consistiría abrir a pequeñas modificaciones efímeras las salas de la colección permanente de modo que se cuestionara, releyera e incluso parodiara o caricaturizara la lectura única y permanente emanada de la institución. Podrían hacerse mediante convocatorias abiertas de intervención de salas donde pudieran modificarse los textos de sala, la iluminación, los recorridos u otros parámetros que conforman la exposición permanente. En segundo lugar, podrían organizarse mapeos de la exposición permanente, recorridos espaciales por la colección semiabiertos y semidirigidos para plasmarlos posteriormente en mapas que capturaran nuevas lecturas ideológicas más allá de la oficial. El mapeo es actualmente un método de cuestionamiento del espacio urbano que, trasladado al contexto del museo, podría proporcionar miradas y experiencias más ricas y diversas que la oficial. Existen, además, numerosos colectivos con larga trayectoria en talleres de mapeo que podrían aportar gran conocimiento y experiencia a este método de lectura del espacio.
#3 Abrir el comisariado de las exposiciones
El formato expositivo es una de las opciones de que dispone un museo para concretar proyectos donde intervienen piezas de la colección. En el museo tradicional, tanto la exposición temporal como la permanente —puesto que desde una perspectiva cronológica suficientemente amplia acaban siendo todas ellas temporales— responden a un mismo discurso que se diferencia en su puesta en escena básicamente por cuestiones formales —aunque cada vez son menores— y, cuando hay recursos económicos, por la presencia de piezas externas a la propia colección. En último término los discursos de ambos tipos de exposición emanan, sin embargo, de la misma fuente: la dirección de la institución y la dirección de la dirección de la institución.
Un museo común, sin embargo, debería dar cabida a los múltiples discursos que emanan de la comunidad implicada y los proyectos expositivos deberían ser capaces de integrar esta complejidad y diversidad de lecturas sobre la colección y el arte en general. Las exposiciones en un museo común deberían organizarse a partir de proyectos de comisariado abierto a cualquier colectivo, persona o institución que deseara participar. Además de los expertos de la academia que actualmente emiten el abanico de relatos que se narran desde las exposiciones temporales de los museos, la convocatoria abierta debería poder atraer la atención, la mirada y el trabajo de colectivos y asociaciones culturales, departamentos universitarios o grupos de investigación, ciudadanos aficionados al arte, o escuelas de primaria, secundaria y bachillerato. Las convocatorias abiertas de comisariado se convertirían en una oportunidad única de construir, experimentar y compartir nuevos relatos y con ello también de aprender a construir discursos a partir del medio expositivo. Todo ello implicaría un trabajo extendido en el tiempo, experimental, abierto y colaborativo entre la institución museográfica y las comunidades e instituciones “invitadas” con las que colaborar. Un trabajo, en definitiva, de políticas en red, como tan acertadamente viene reclamando Javier Rodrigo.
#4 Crear aulas-exposición, establecer una nueva relación corporal con las obras
Una idea muy extendida en el entorno museístico tradicional es considerar que el arte no se entiende, se siente. Siguiendo esta premisa, las exposiciones de arte son fundamentalmente silenciosas, cuanta menos información explícita contengan, mejor. El museo se convierte en una especie de santuario del arte y las piezas en el icono a venerar (¡sin tocar!). El formato de exposición-santuario responde exactamente a esta idea y articula un proceso de segregación clasista: el experto —la persona que dispone de un capital cultural-artístico con el que abordar una exposición y que puede prescindir de según qué información complementaria— y el ignorante —puede aspirar como mucho a aceptar el discurso establecido por el experto. El silencio aquí no es transparencia, neutralidad, sino todo lo contrario, es una herramienta de exclusión al no informado, una herramienta de adoctrinamiento que obliga al transeúnte de las exposiciones a aceptar las obras como tal: impuestas e incuestionables.
En contraposición a esta actitud de colonialismo cultural del museo tradicional, para un museo común proponemos la creación de aulas-exposición, espacios donde poder entrar en contacto con una obra o pequeño grupo de obras pero acompañadas de una serie de herramientas para indagar, cuestionar y contextualizar las piezas e, incluso, para construir o participar del discurso que se destila de ellas. Imaginamos estas aulas-exposición como lugares donde poder sentarse, observar y comentar. Donde encontrar libros y artículos impresos que versen sobre las obras a las que se dedica el aula-exposición, donde poder visionar entrevistas, vídeos y archivos multimedia, donde asociar un programa de tertulias, charlas y encuentros. Nuevamente, se trataría de espacios cuyo comisariado sería abierto, reglamentado y tutorizado, o incluso que podrían montarse a demanda, en función de las necesidades de una escuela, una asignatura universitaria, etc. En cualquier caso, nuevamente respondería a una invitación explícita a la participación de la comunidad y se erigiría como un espacio donde estar y, sobre todo, donde bloquear el efecto recorrido dirigido de la exposición, que hoy en día es tan sospechosamente parecido a las dinámicas de consumo de grandes superficies como IKEA.
#5 Hablar
Más allá del silencio inherente a las obras, otro silencio muy sintomático se asimila a las exposiciones: es el silencio de las personas, el hablar en un forzado tono bajo de los visitantes en las salas de exposición. Paradójicamente, para la elaboración en común de conocimiento, resultan fundamentales el debate y la crítica. En este sentido proponemos la creación de salas de debateentendidas como espacios destinados a comentar obras, lugares donde reflexionar en común sobre una o varias piezas, espacios abiertos donde poder realizar sesiones de trabajo en torno a piezas o aspectos determinados de la colección que podrían, incluso, emitirse vía streaming. Un espacio, en fin, donde multiplicar el discurso que emane del museo.
#6 Husmear en el fondo museográfico
En el museo tradicional, la relación con las obras del arte siempre está mediada a través del formato expositivo, con todas las limitaciones que esto implica, tanto en relación con las condiciones materiales de las visitas como en las temporales. En un museo común, la colección completa, como recurso fundamental de un museo, debería ser accesible, estar a disposición de la comunidad de la misma manera que los libros lo están en una biblioteca o los documentos en un archivo. Proponemos la creación de salas de consulta, es decir, espacios destinados a la consulta particular o en grupo de obras o de un conjunto de obras, ya sea para el estudio, para la reproducción o simplemente para la visión directa, calmada y cómoda de una pieza de la colección.
#7 Cocinar-investigar
Un recurso como la colección, los espacios y la infraestructura que componen un museo debería fomentar el trabajo y la investigación no sólo vinculados al arte, sino también a ámbitos más amplios como las ciencias sociales, la tecnología, las ciencias naturales… En este sentido, en un museo con vocación común debería disponer de cocinas-laboratorios, espacios cedidos en residencia a una persona o grupo de investigación para trabajar sobre la colección durante un periodo de tiempo determinado.
#8 Abrir los archivos digitales
El museo se ha organizado tradicionalmente en torno a la explotación de los recursos de que dispone: los derechos de reproducción de las obras —no pueden hacerse fotos—, el acceso a ellas previo pago —ya sea para acceder a la exposición o para el préstamo entre instituciones—, los estudios e investigaciones recogidos en catálogos a la venta y otras actividades de pago. El retorno social de la explotación de un recurso común es pues prácticamente nulo. Un museo con voluntad de integración social, debería retornar ese conocimiento generado como mínimo compartiéndolo mediante un archivo de acceso público, tanto en formato físico como digital a través de internet. Compartir es el primer paso para democratizar la información, generar debates, investigaciones, reapropiaciones y reelaboraciones del material contenido en el museo.
La elaboración de archivos no es un práctica neutra per se. La exclusión de según qué datos y la inclusión de otros genera información parcial y, por lo tanto, sesgada. En un museo común, inclusivo, la creación de un archivo de acceso público no sería suficiente, deberían existir herramientas que fueran más allá de la simple consulta y permitieran complementar la documentación desde la comunidad o desde fuera de ella. En este sentido, proponemos una plataforma de archivo de documentación online que permita no solo la consultar información sino añadir contenido e, incluso, modificar y ampliar el formato y el conjunto de variables que incluya el archivo, respetando pero complementando la integridad de los formatos estándar de catalogación museográfica. El propio edificio del museo podría albergar un centro de documentación, un espacio donde escanear fotos, grabar conversaciones, tanto en audio como en vídeo, digitalizar documentación para incluir en el archivo digital.
#9 Multiplicar los formatos de aprendizaje y de construcción de discurso, minimizar el formato exposición
Las exposiciones son el eje fundamental de las actividades de los museos, ya sean conferencias, seminarios, talleres, ciclos de cine, conciertos… Toda una serie de propuestas estructuradas como actividades de consumo puntual y siempre participativas de segundo orden: un artista enseña, un grupo toca, un especialista imparte una conferencia y el resto escucha, admira o descubre cómo una acción o pieza determinada se ha llevado a cabo. Un museo común debería equiparar en importancia las actividades con las exposiciones y, más que como un aprendizaje satélite de lo que el museo establece como museable, deberían pensarse y organizarse como una forma activa y ecológica de participar y crear propuestas o contrapropuestas a lo que plantea el museo. Sus resultados deberían ser tan válidos y operativos como el referente del cual surgen.
#10 Democratizar el crecimiento de la colección
La acumulación de elementos para formar y aumentar una colección no está exenta de intencionalidad. ¿Qué tipo de obras forman una colección, cuál es el perfil de los autores que se incluyen, qué omisiones encontramos? Todos estos aspectos y muchos más intervienen en las decisiones que se toman cuando se amplía el fondo. En un museo común, la formación, ampliación o adquisición de obra para completar la colección correspondiente deberían formar parte de un consenso por parte de los componentes de la comunidad y las propias dinámicas de debate, reflexión, investigación y experimentación generadas a partir de los usos comunes del museo ayudarían a trazar las líneas de configuración de la colección sin ceñirse a programas apriorísticos trazados desde los despachos.
#11 Organizarnos nosotros mismos
El museo tradicional se ha caracterizado por una gestión absolutamente opaca. La selección de personal con cargos de responsabilidad (y, por tanto, la línea estratégica de la institución correspondiente) se ha realizado mediante concursos supuestamente públicos, con tribunales escogidos a dedo donde ningún elemento del proceso es de acceso público. Un museo y su colección entendidos como un recurso de uso común debería disponer de herramientas de gestión y administración transparentes donde la comunidad implicada pudiera participar de las decisiones estructurales que afectan a la institución. A tal efecto, debería existir un espacio con las características adecuadas donde poder establecer de forma totalmente transparente las condiciones de funcionamiento del museo, sus normativas, responsabilidades y deberes. (...)
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