Enfrentarse al público es de las tareas más complicadas. En primer lugar no existen estudios en profundidad o satisfactorias sobre la conceptualización del público. Todo se suele mover entre las teorías de la recepción, la difusa y manipulada estadística o en la casi siempre fallida fórmula de creación de perfiles y categorías concretas. La crítica, en fin, no dice nada.
El arte en general pero mucho más el teatro le tiene un respeto reverencial al público, prefiere mitificarlo, evitarlo e incluso temerlo antes de enfrentarse a él. Algo así cómo mejor tenerlo de su parte que en contra. Con demasiada frecuencia, utiliza el significante de máxima servidumbre que afirma que la calidad de una obra depende exclusivamente de su éxito con el público, como si no hubiera infinidad de ejemplos que demuestren lo contrario.
Pero asumiendo la dificultad, solo pretendo aproximarme a la idea de público contemporáneo en el teatro e intentaré analizar por qué el teatro se ve incapaz de seducir al gran público en general.
En este sentido el mundo del arte entendido como mercancía que genere beneficios debe analizarse desde el punto de vista de la sociedad del espectáculo (el producto) el comportamiento de las masas (el consumidor) sin olvidar la necesidad de emancipar al espectador y vincularlo a la función del arte (tarea está más difícil de todas).