La perplejidad del teatro contemporáneo. Giulio Cesare de Castellucci

el balcón de la espera

En el cine dos escenas representan para mí toda la fuerza de la perplejidad que provoca la creación contemporánea. La primera la encontramos en la comedia de Woddy Allen Small Time Crooks (Granujas de medio pelo) cuando Ray Winkler, aquel entrañable buscavidas, acompaña a su mujer y al fraudulento marchante de arte interpretado por Hugh Grant  a ver una obra de creación contemporánea por tal de mejorar su educación y entrar en los círculos de la alta cultura. Ray no puede más que dormirse ante el imposible espectáculo.  La otra escena la encontramos en la para mi discutible La Grande Bellezza cuando una artista semidesnuda no duda en chocar contra un muro en un intento, una vez más fraudulento, de exponer su teoría del arte a partir del concepto de vibraciones.

Si saltamos del cine a la teoría posmoderna encontramos a Baudrillard cuando afirma que el arte ha desaparecido porque se encuentra en todas partes, porque todo es arte y por esta misma razón es imposible tener los criterios suficientes para discernir lo que es arte de lo que no lo es. El arte postmoderno no es más que un simulacro devorado por el hiperconsumo, todo es arte porque todos nos hemos convertido en público, hasta en consumidores de nosotros mismos.  Es cierto que el teatro solo parece ser capaz de sobrevivir si emerge como antiteatro, esta era la tesis de lo performático de los años 70 y 80 y está es una de las grandes paradojas de la modernidad, ser antimoderno equivale a ser tremendamente moderno en palabras del filosofo Berman.

Pero es que además la creación contemporánea en general y el teatro postmoderno tienen la habilidad de hacerte sentirte culpable, si no conectas con ellos, sino te conviertes en su cómplice, sino formas parte del juego es como si no fueras lo suficiente intelectual, lo suficiente actual, lo suficiente actor, lo suficiente director, lo suficiente abierto y progresista, lo suficiente intenso, lo suficiente profundo…pero lo cierto es que el arte contemporáneo también debe ser expuesto a la crítica, al análisis, a la disección profunda de su propuesta. La creación postmoderna no debería tener un lugar privilegiado por el mero hecho de considerarse contemporánea. Lo he dicho en otras ocasiones y lo mantengo, una creación artística no es polémica porque el tema que trate sea polémico, no es reivindicativa por el hecho de tratar temas sociales y por supuesto no es de vanguardia simplemente por erigirse como tal.

No basta con situar la obra en un lugar no convencional, que no sea un teatro, en este caso en la iglesia de un convento. No vale con proponer una performance conceptual. Es cierto que la separación del escenario y la sala es un estado que debe superarse pero no siempre esto nos lleva a un lugar deseado, es cierto que los espectadores son a la vez espectadores distantes e intérpretes activos del espectáculo, pero no toda creación conceptual acierta en los significantes que permitan que el público pueda interpretar de una manera emancipadora lo que se le propone. ¿Qué es exactamente lo que tiene lugar, entre los espectadores de un teatro y que no podría tener lugar en otra parte?Está debería ser la pregunta clave.

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