Baudrillard, Jean

El teatro como ejecutor de su desaparición

el balcón de la espera

En Barcelona un grupo de teatro publica en la red la no continuidad de su obra a pesar de la intención de prorrogar de la sala[i]. El argumento es demoledor e incuestionable, no hay manera posible de rentabilizar el trabajo. La renuncia se convierte en símbolo gracias a la red y a que parece un hecho insólito y de difícil decisión renunciar justo en el momento del reconocimiento del trabajo. Una vez más Internet, ese espacio desterritorializado, provoca reacciones ante una situación de sobras conocida por todos, largamente sufrida por muchos y generalizada. Pero la paradoja del mundo actual hace que el reconocimiento de esa realidad y su debate se provoque en la virtualidad, en el espacio sin territorio y no en la dramática realidad cotidiana del teatro, cosa que por otro lado no deja de ser un síntoma. Desde la red un director concluye con precisión; “El teatro es caro… pero para quién lo lleva a cabo[ii]” y se pregunta si vale la pena una sociedad sin teatro.

Cine sin dinero pero con mucho trabajo. ¿Es posible? IMPAR

el balcón de la espera

Sin duda estamos en un momento de estetización del mundo. El actual momento invita a todos a desarrollar una faceta artística que puede dar como resultado un hecho artístico o un acontecimiento mediático, casi siempre efímero pero con deseo de permanencia. Dentro de las interminables paradojas modernas, nos encontramos en un momento de gran desempleo pero máxima ocupación (sino como sobrevivir) la imagen emerge como un elemento que atraviesa nuestra cotidianidad y las formas de producción de las imágenes han cambiado de tal manera que cualquier sujeto puede ser productor, distribuidor y protagonista de su propia imagen.

La perplejidad del teatro contemporáneo. Giulio Cesare de Castellucci

el balcón de la espera

En el cine dos escenas representan para mí toda la fuerza de la perplejidad que provoca la creación contemporánea. La primera la encontramos en la comedia de Woddy Allen Small Time Crooks (Granujas de medio pelo) cuando Ray Winkler, aquel entrañable buscavidas, acompaña a su mujer y al fraudulento marchante de arte interpretado por Hugh Grant  a ver una obra de creación contemporánea por tal de mejorar su educación y entrar en los círculos de la alta cultura. Ray no puede más que dormirse ante el imposible espectáculo.  La otra escena la encontramos en la para mi discutible La Grande Bellezza cuando una artista semidesnuda no duda en chocar contra un muro en un intento, una vez más fraudulento, de exponer su teoría del arte a partir del concepto de vibraciones.

El teatro sin espectadores. Una aproximación al público.

Enfrentarse al público es de las tareas más complicadas. En primer lugar no existen estudios en profundidad o satisfactorias sobre la conceptualización del público. Todo se suele mover entre las teorías de la recepción, la difusa y manipulada estadística o en la casi siempre fallida fórmula de creación de perfiles y categorías concretas. La crítica, en fin, no dice nada.

El arte en general pero mucho más el teatro le tiene un respeto reverencial al público, prefiere mitificarlo, evitarlo e incluso temerlo antes de enfrentarse a él. Algo así cómo mejor tenerlo de su parte que en contra. Con demasiada frecuencia, utiliza el significante de máxima servidumbre que afirma que la calidad de una obra depende exclusivamente de su éxito con el público, como si no hubiera infinidad de ejemplos que demuestren lo contrario.

Pero asumiendo la dificultad, solo pretendo aproximarme a la idea de público contemporáneo en el teatro e intentaré analizar por qué el teatro se ve incapaz de seducir al gran público en general.

En este sentido el mundo del arte entendido como mercancía que genere beneficios debe analizarse desde el punto de vista de la sociedad del espectáculo (el producto) el comportamiento de las masas (el consumidor) sin olvidar la necesidad de emancipar al espectador y vincularlo a la función del arte (tarea está más difícil de todas).