El lugar de la cultura
Judit Carrera | El País (Ed. Catalunya), 22 juny 2015
El cambio en el gobierno de Barcelona es un momento idóneo para preguntarse por el papel de la cultura en la ciudad. La incertidumbre sobre el rol de la cultura en el nuevo organigrama municipal ha suscitado preocupación en un sector que teme ser relegado en la lista de prioridades del nuevo gobierno local. Más allá de la forma concreta de organizar la política cultural, el vacío de la transición actual ofrece un buen escenario para exigir ambición y cartografiar los temas de fondo del debate cultural en la ciudad.
La primera constatación es que el sector cultural se encuentra en plena mutación. La irrupción de las nuevas tecnologías ha difuminado las paredes de los grandes equipamientos y ha transformado profundamente la manera en que los ciudadanos se relacionan con la cultura. Se trata de un cambio cognitivo de calado en el que el acceso ilimitado a la información abre magníficas oportunidades, plantea algunos interrogantes y altera radicalmente la misma noción de público. Los ciudadanos ya no se limitan a ser espectadores o consumidores pasivos de cultura, sino que reclaman ser sujetos activos de la oferta cultural. Como en tantas esferas de la vida pública, la vida cultural se rige hoy por una mayor horizontalidad, en la que la crisis de las figuras de mediación convive con una red establecida de instituciones.
La precariedad se ha instalado como principio rector de un sistema cultural en el que nacen y mueren proyectos mientras los grandes equipamientos llevan años sufriendo importantes reducciones de sus presupuestos públicos. La horizontalidad de las nuevas tecnologías y la falta de recursos han impulsado estructuras más flexibles y escenografías más ligeras que hacen obsoletas algunas viejas estructuras institucionales. Al mismo tiempo, se ha descentralizado la producción de la cultura en ateneos, librerías de barrio, centros cívicos o espacios autogestionados que complementan la red de equipamientos tradicionales. Cómo gobernar este sistema de institucionalidad, velocidades y escalas variables es sin duda una de las cuestiones centrales para la nueva política municipal.
Todo ello tiene lugar en una ciudad con un tejido cultural muy rico y en un momento de gran ebullición creativa en el que hay más ganas de cultura que nunca. Los momentos de crisis política y económica son ocasiones excepcionales para repensar la forma de vivir, de relacionarse y de imaginar el futuro. El contexto actual es pues un buen momento para reivindicar la cultura como motor de cambio en un debate público que en los últimos años ha sido secuestrado por la economía. La cultura no es una cuestión de orden económico sino un instrumento para dar respuesta a las inquietudes y a los sueños de los ciudadanos.
Este es el valor político de la cultura: su capacidad de crear nuevos imaginarios, de articular el yo con el nosotros y de crear sentido a través de la emoción y la experiencia estética. Los lugares de la cultura son espacios físicos concretos, pero también son sitios inmateriales generadores de esfera pública y, como tales, son garantes de los principios democráticos de apertura, libertad, igualdad y pluralismo. Abierto es un sistema cultural que expande límites y no impone fronteras y que es a la vez motor y espejo de las pulsiones de la sociedad que representa. Los espacios culturales son libres cuando actúan motivados por la curiosidad y la duda y se alejan de instrucciones partidistas e ideológicas. Un sistema cultural es democrático cuando garantiza la igualdad de acceso pero también es capaz de crear igualdad a través de la educación y la cultura. Un espacio cultural es plural cuando da voz y acceso a diferentes cosmovisiones y es el reflejo de la complejidad de la sociedad de la que surge.
¿Cómo traducir todos estos principios en un programa de gobierno? Primero, dando a la cultura la centralidad que le corresponde por su enorme potencial democrático. Esto implica atribuirle más recursos que el 5% del presupuesto municipal. En segundo lugar, tutelando el sistema desde lo público pero garantizando su independencia y evitando la tentación de injerencias ideológicas. En tercer lugar, con la ambición de crear una verdadera capital: con la fuerza de la ciudad que representa y en diálogo permanente con el mundo. Y, finalmente, tendiendo puentes con la educación, porque el sistema cultural y el educativo comparten el objetivo de formar ciudadanos críticos y fomentar la curiosidad como motor de conocimiento y de sentido.
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