In memoriam de Eduard Delgado i Clavera

Lluís Bonet | Bloc

A los diez años de su desaparición, merece la pena recordar el legado que Eduard Delgado (1949-2004) ha dejado, tanto a aquellos que fuimos sus discípulos como a las nuevas generaciones que sin saberlo beben aun de su magisterio. Ha sido y aun es un referente para la gestión cultural catalana, española, europea y latinoamericana.

Eduard no era un hombre cualquiera. Fue un dinamizador cultural excepcional, cosmopolita de raíces profundas, con una mirada prospectiva que nos llevaba diversos pasos por delante y con un discurso estructurante y cautivador. Tenía una personalidad avasalladora, empática, de abrazo físico pero a veces distante, cuando no sintonizaba. No vivió muchos años, pero aprovechó plenamente su gran energía y el bagaje de sabiduría acumulado durante sus continuos viajes por Europa y Latinoamérica, para construir puentes y empujar talentos. Lazos entre la realidad cotidiana de los barrios (él se sentía muy atado a su barrio, la antigua villa de Gracia) y las experiencias que observaba de fuera. Puentes entre el activismo cultural, la acción institucional, la observación de campo y la reflexión académica.

Con formación de historiador y gran interés por la comunicación, de joven marcha a Londres y se imbuye de los movimientos sociales, culturales y políticos de la época. En una Cataluña aún muy influenciada por la tradición francófona, su intuición y pasión latina se empapa de la distancia crítica británica. Mientras estudia antropología y educación artística, trabaja en múltiples proyectos de base y para la BBC. Vuelve a Barcelona con una mirada diferente, convencido de que el desarrollo cultural territorial de base no puede desligarse de su encaje internacional, ni puede vivir encorsetado por la tradición. Se integra en la administración pública local después de las primeras elecciones democráticas, influyendo primero en las políticas de descentralización cultural y en el diseño del modelo de centros cívicos de Barcelona. Poco tiempo después, entra a formar parte del equipo de cultura de la Diputación de Barcelona. Asimismo, consciente de la importancia de compartir experiencias y reflexiones entre los operadores culturales, dinamiza los seminarios sobre gestión cultural desde el Centre d’estudis de cultura i participació. Esta experiencia le llevará a organizar la primera edición deInteracció 1984, génesis de todo el programa formativo del Centre d’estudis i recursos culturals (CERC) de la Diputación que pondrá en marcha el año siguiente. Esta será su gran plataforma institucional para influir en los modelos políticos y de gestión de la cultura a nivel catalán como español.

En paralelo desarrolla una larga trayectoria de asesoramiento y colaboración con el Consejo de Europa y con la UNESCO. Aprovechará esta oportunidad para hacer de embajador de las iniciativas políticas y de las estrategias culturales más interesantes del Viejo Continente. Asimismo, influye en los análisis, la construcción de discurso y las declaraciones políticas impulsadas desde estos organismos internacionales, aportando una mirada comprometida con las culturas minoritarias. Su interés se centró, fundamentalmente, en el ámbito local y regional, participando en la redacción de la Declaración de Bremen sobre políticas culturales municipales o en el equipo coordinador del programa Cultura y Regiones de Europa. Esta relación privilegiada con el Consejo de Europa le llevará a aceptar trabajar durante dos años desde Estrasburgo en la División de Políticas y Acción cultural del Consejo de Europa. Junto con Ritva Mitchell y el apoyo de Gabriele Mazza y Raymond Weber emprenderá una aventura única de acompañamiento institucional de la transición política y cultural de la Europa Central y Oriental posterior a la caída del muro. De regreso de esta experiencia, toda su energía la dedica a poner en marcha la Fundació Interarts, el Observatorio europeo de políticas culturales urbanas y regionales, convencido de que para generar análisis y discurso solvente se necesita una libertad y una mirada transversal que no da en las administraciones públicas. Esta última etapa le lleva a recorrer nuevas conexiones entre Europa y América Latina, y a movilizar las redes europeas en la obtención de proyectos, en un momento de creciente peso de la Unión Europea en el campo cultural.

Mi relación con Eduard comienza a mediados de los años ochenta cuando él acaba de fundar el CERC y yo soy un joven investigador interesado en entender el mundo de la cultura. Su huella en mi desarrollo profesional es enorme. Su generosidad abriendo fronteras físicas y conceptuales, proponiendo proyectos y compartiendo redes de relaciones es fantástica. Me obliga a arriesgarme y a romper moldes cuando lo acompaño a seminarios internacionales o me envía a sustituirlo por Europa, lo que me ayuda a crecer y a coger confianza. Siguiendo la estela de Quim Franch y junto a Alfons Martinell, Esteve Leon, Xavier Marcé y Eduard Miralles empezamos la aventura de poner en marcha el Master en gestión cultural, culminando el programa de formación de profesionales que él había iniciado unos años antes en el CERC. Su capacidad de trabajo y de simultanear tareas era enorme (¡no sé qué llegaría a hacer hoy si contara con todas las actuales tecnologías digitales!). Era capaz de estar leyendo o redactando un informe, escribir un poema en tono burlón y hacer una intervención fundamental para cambiar el hilo de una discusión, todo sin aparentemente ningún esfuerzo. A pesar de no ser siempre una persona fácil y que fuera complejo seguirlo cuando arriesgaba rompiendo moldes, su capacidad de trabajo, de estar en todas partes, de seducción (a veces algo ficticia) y de selección de los mejores colaboradores salvaban sus esporádicas salidas de madre y la precariedad de medios con la que no dudaba en trabajar.

¿Qué nos diría ahora, en plena madurez intelectual y vital, observando las complejas transformaciones sociales, políticas y culturales en que vivimos? Seguro que se implicaría a fondo, no callaría, movilizaría recursos y nos obligaría a repensar de forma crítica nuestro compromiso personal y colectivo con el desarrollo político y cultural de nuestra sociedad y del mundo, siempre cercano, que nos rodea. En un momento en que debatimos sobre la dimensión creadora del gestor cultural, él era realmente un gran creador cultural.

  Font: Bloc de Lluís Bonet i Agustí

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