¿Cómo interiorizar la experiencia cuando te empuja la corriente?

Cristina Riera, gestora, consultora, comunicadora cultural…, fa una reflexió pertinent i molt personal, en el blog delirandounpoco, sobre l'experiència cultural. Amb la seva reflexió molts de nosaltres també ens hi sentim identificats. Ens agrada la seva especial sensibilitat, i per això, amb el seu permís, la publiquem aquí. 

A veces simples esbozos de conversaciones se entrelazan, y pasas de recordar quién te invitó a leer ese estupendo libro que desde entonces te acompaña a quién te llenó de magia la visita a un museo …y un agradecimiento: siempre hay una persona admirada y querida y un momento de dedicación personalizada tras cada “experiencia cultural” que realmente recuerdo como especial.

Anoche @Bagdadcafebcn me recordaba esta entrevista a Borja-Villel, en la que, en un contexto de máxima contradicción personal ante la exposición dedicada a Dalí en el Reina Sofía, lamentaba la “conversión del público en una masa “sumisa”, adoradora de líderes y dioses, cuyos “actos tienden a la sumisión, no a la emancipación.”

En los últimos tiempos hemos visto rebrotar con fuerza exposiciones retrospectivas de grandes clásicos de ayer y hoy, carteles de festivales musicales dominados por aquellos grupos que te hacen sentir eternamente joven… Éxitos numéricos asegurados para tiempos de crisis en los que las ayudas públicas menguan y la taquilla y los patrocinadores mandan. Malos tiempos para la experimentación, el riesgo, la investigación y la reflexión en las grandes instituciones y eventos. Dejad paso al Capital. Dejad que las masas se acerquen a mí.

…y de pronto me encuentro viajando a mi adolescencia. Llego a casa entusiasmada tras  una sesión del curso sobre Velázquez al que me he apuntado. Taladro a mi padre con todos mis aprendizajes del día, impaciente por compartirlos con él. Mi padre sonríe mientras escucha paciente.

Poco después se inaugura la gran exposición retrospectiva sobre Velázquez en El Prado, una de las primeras grandes exposiciones para masas, que “será vista por 800.000 espectadores…” rezan los titulares. Mis padres deciden que es importante que pueda disfrutar en vivo de lo que estoy estudiando. Yo no quepo en mí de agradecimiento y alegría ante su generosidad y esfuerzo.

Salimos casi de madrugada para llegar a primera hora a El Prado. Ni así logramos esquivar la imposible cola que rodea el museo. Mis padres deciden que ni tiene sentido esperar tanto tiempo si difícilmente la vamos a poder disfrutar con tanta gente. De todos modos la mayor parte de los cuadros están permanentemente en El Prado, me dicen para tratar de consolarme. A regañadientes acepto a visitar primero el resto del museo y en todo caso reintentar más tarde.

25 años más tarde soy prácticamente incapaz de recordar mi visita a las salas de Velázquez. Sólo alguna imagen vaga torturando a mis padres con mis seguro que torpísimas pero entusiastas explicaciones sobre la perspectiva aérea, los juegos de miradas… pobres…

De lo que sí me acuerdo, con una intensidad punzante que me invade y remueve cada vez que regreso a ellas, es del escalofrío de descubrir la emoción pura que llenaba de brillo los ojos de mi padre frente a las pinturas negras de Goya. Yo, por respeto, observándole casi de reojo, pero llena de admiración y felicidad silenciosa, intuyendo que era uno de esos momentos mágicos que se quedarían para siempre conmigo. Mientras el gentío abarrotaba las salas de Velázquez, mi padre y yo vivíamos ese pequeño pero eterno momento íntimo y tranquilo entre pinturas negras.

Años más tarde, cuando veo (y sufro) colas interminables para acceder a exposiciones o conciertos en los que será materialmente imposible disfrutar de nada con un mínimo de sentido, me pregunto si son movidos por una necesidad imperiosa de vivir una experiencia realmente única (en ese caso sufro por la posible decepción), o bien han quedado atrapados por el poder de la comunicación y del imán del “efecto cola” (ese “gente atrae gente”), o quizá son empujados por una especie de necesidad de autoafirmación de identidad, ese sentimiento de pertenencia tribal, ese formar parte de a partir de la presencia compartida, ese “yo también estuve allí”.

Hay que ver qué bien sienta la era del selfie al maquillaje de conciencia de las grandes corporaciones a partir de propuestas culturales legitimadas a peso… Pero ¿cómo profundizar e interiorizar la experiencia cuando te empuja la corriente?

p.d. perdón, creo que simplemente necesitaba agradecer a todas aquellas personas que me han dedicado un momento de calma para regalarme experiencias preciosas que dan color a la vida.

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